Opinión

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Comunicar sin informar.
Por Octavio Vargas
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Octavio VargasMás información no es, necesariamente, estar mejor informados. Y comunicar no es, indudablemente, informar.

 

Los medios masivos tradicionales de comunicación (televisión, radio, periódicos, revistas) son un medio de comunicación política y del gobierno cuyo uso -con fines de control y de manipulación mediática- no es exclusivo de este sexenio, y tampoco son excluyentes del uso de las redes sociales e internet para los mismos fines.

 
Para decir lo que es políticamente correcto, no todos los medios tradicionales están al servicio del poder, ni todos los medios electrónicos en que se puede leer cierta información lo están.

 

Y menos, informan. Las redes sociales y el internet, en tanto formas y herramientas de comunicación, han permitido para el rol de sociedad-gobierno y para el de política-ciudadanos, el intercambio de información que algunos medios tradicionales no permiten; aquellas formas, en otros casos, se han erigido en una especie de plaza pública para externar la percepción social (desde luego de quienes tienen acceso a ella) y la diversidad de ideologías y activismos políticos partidistas y ciudadanos.

 

Así, los ciudadanos y habitantes de la república, en la inmediatez tenemos acceso a las más diversas fuentes, confiables y no confiables de información para formarnos un juicio acerca de la actividad de políticos, funcionarios y servidores públicos.

 

Igualmente, tanto partidos, actores políticos y gobernantes, como el propio Presidente Peña Nieto, o su equipo, por decirlo políticamente incorrecto pero no por ello menos cierto, recurren al uso de medios no tradicionales de comunicación para desinformar sobre el ejercicio de sus funciones, o bien, para comunicar un sin fin de situaciones que resultan convenientes a sus intereses generando confusión habida cuenta la enorme cantidad de datos y “noticias” irrelevantes alejadas del sentido crítico respecto de la actuación política y de gobierno, es decir, de fácil comprensión y que no requieren el menor esfuerzo intelectual para construir un juicio u opinión certeros.

 

El consumo de ese tipo de “información” que se comunica con mensajes como en el que el propio presidente pide tiempo para que, al finalizar su gestión, la población pueda comprender su actuación, o las razones expuestas en torno a la recepción oficial que tuvo el racista Donald Trump, etc., poco a poco logrará modificar las percepciones del electorado.

 

Esta forma de comunicación política si bien da lugar a múltiples críticas y análisis por parte de los enterados en análisis político, en la opinión personal y contraria a la que sostienen los que saben, es un acierto puesto que termina sacando de la mente de una gran mayoría los temas importantes; dificulta el acceso a datos relevantes acerca del ejercicio del poder público y cohesiona el indispensable voto duro impidiendo su erosión.

 

Al final de su sexenio, bajo esta estrategia poco estética de saturar con desinformación al ciudadano a base de spots, programas y mesas de análisis, entrevistas a modo, páginas electrónicas controladas, etc., la opinión pública no cambiará automáticamente, cierto, pero sí reducirá significativamente los efectos negativos del sentir de la sociedad acerca de uno de los peores sexenios del México moderno.

@vargasargota
Abogado y Analista Político

Redacción

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